LA GUÍA DIGITAL DEL ARTE ROMÁNICO

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El Románico es un arte unitario y simbólico. El templo románico no es un edificio más, es singular tanto en su diseño como en la decoración que le presta su acabado final.En esa época altomedieval se construyeron muchos otros edificios. La mayor parte de los mismos eran sencillas estructuras de habitación compartida para hombre y bestias. Otros (los menos) de porte noble, residencias de señores tanto de carácter civil como militar. Pero ninguno de ellos fue destinado como lo fue la iglesia a ser la casa de Dios en la tierra. Y es en el templo, desde el más humilde hasta el de mayor distinción, donde la simbología toma carta de naturaleza incluso antes de ser erigido. Porque hay unas disposiciones canónicas que señalan cómo han de hacerse las cosas. El Pontífice, entendido como heredero directo del augur que intermedia entre lo sobrenatural y lo humano, señala su ubicación, orientación y contorno. Y el bastón del antiguo augur se troca en báculo episcopal a tal fin.

La Iglesia como institución que ha sabido pervivir a través de siglos y avatares, ha rentabilizado a su favor los antiguos ritos, creencias y religiones. A fin de cuentas solo lleva en ese momento un milenio frente a los varios de que hacen gala las religiones previas. A esta actitud se denomina sincretismo y permite comprender el hecho de que antiguos mitos egipcios como el referente al peso de los corazones de los difuntos por medio de balanza (el juicio de Osiris) tenga tantos puntos en común con la psicostasis o peso de las almas de los difuntos a cargo de San Miguel y su consustancial pesaje de almas.

En el Altoaragón hay un lugar mágico, en el amplio sentido de la palabra, que ilustra esta idea. Me refiero al "Puntón de las Brujas" en la localidad de Tella. Es lugar singular de increíble belleza natural. Elevado. Con una mole rocosa surgiendo en el extremo de exigua planicie que tiene de telón de fondo nada menos que el Cañón de Añisclo y el macizo de Monte Perdido. Y en las proximidades, el dolmen de Tella da testimonio de antiguos pobladores y ritos funerarios neolíticos.

Con esos ingredientes es fácil imaginar reuniones mágico-religiosas precristianas. Aquelarres y brujería a decir de la Iglesia. Prohibirlas supondría enfrentamiento frontal y posibilitaría la oportunidad de elegir entre magia o cristianismo. La solución que adoptaron fue santificar (sincretizar) el lugar edificando un templo en él. Allí se alza la ermita de "los santos Juanipablo" la de mayor antigüedad del Sobrarbe (1019), documentada gracias a su lipsanoteca y consagrada nada menos que por el propio San Ramón, Obispo de Roda; el Pontífice.

Las formas geométricas que componen el templo románico son en esencia dos: el cuadrado y el círculo. El cuadrado que representa la Tierra. Cuatro son los elementos de la naturaleza. Cuatro las estaciones. Cuatro los puntos cardinales. El círculo es una representación del Cielo. Esta simbología se matiene tanto en planta como en alzado puesto que esa es una de las más constantes características del templo románico.

En planta, el cuadrado de la nave se encamina hacia el semicírculo absidal, el lugar sagrado. Y en alzado, ocurre lo mismo. Las bóvedas generadas por medio punto son el referente celeste para quienes se hallan en el cuadrado de la nave. Cuando el templo es de mayores pretensiones, adopta planta de cruz latina, antropomorfo con Cristo en la Cruz como modelo. Y si por si hay dudas de esa intención se habla de "cabecera del templo", "brazos del crucero" o "pies de la nave". Y además está edificado en piedra. Pensado para durar por siempre. "Tu eres Pedro y sobre esta piedra edificare mi Iglesia".

Hay que recurrir al Catecismo de la Iglesia Cristiana (115-119) para tomar en consideración los diferentes niveles desde los que se nos transmite una idea, tanto en el nivel de las palabras como desde la representación pictórica o escultórica de las mismas. Así vemos que hay un doble nivel de transmisión desde el símbolo. El que representa su sentido literal (significado directo de la palabra o de la obra, puramente descriptivo) y el que transmite su sentido espiritual, que añade un sentido religioso suplementario a ese símbolo. Ya dentro del sentido espiritual hallamos tres niveles distintos de percepción: alegórico, moral y anagógico. El alegórico induce a la comprensión más profunda de los acontecimientos/símbolos reconociendo su significación en Cristo. No en vano los textos sagrados se hallan plagados de metáforas. El moral por medio del cual lo narrado/simbolizado induce a una forma justa de obrar. Su finalidad es instructiva. Encauzadora de la feligresía. El anagógico (de "anagoge"=conducir. Ana: hacia arriba Goge: guiar.) o sentido místico por el cual los santos pueden ver realidades de significación eterna que conducen a los cristianos hacia la patria celestial. El símbolo responde, como postula Jaime Cobreros. Siempre responde en el mismo nivel desde el que se le interroga. Es por ello que -aparte de la ambivalencia de muchos símbolos- existe en los mismos determinados niveles de lectura, según quién se sitúe ante ellos.

En toda comunicación hay que considerar varios factores: La persona que decide crear y transmitir una idea. El operario que le da forma, y por fin el último escalón: la persona que recibe el mensaje. Es "publicidad", en el lenguaje moderno. Y será más eficaz cuanto más directa, comprensible y repetitiva. Es la imagen al servicio de la difusión del mensaje cristiano recogiendo todo el subconsciente colectivo previo, sincretizándo en su dirección los antiguos símbolos.

En todo ese camino, al igual que ocurre en este mundo de la informática, se precisan "codecs", es decir, mecanismos que codifican y descodifican la idea implícita en una obra. Allí hay otro factor de distorsión o "ruido", puesto que presuponiendo que la idea haya sido correctamente planteada y plasmada, el receptor (máxime si la recibe a tanta distancia del momento para el que fue creada) puede interpretarla de muy diversas maneras. Y a ello contribuyen múltiples factores: el nivel de educación del receptor, su conocimiento de los pasajes bíblicos, su momento anímico, etc. que sumados contribuyen a realizar un verdadero ejercicio de proyección.

Se ve lo que se conoce y también lo que se quiere ver. Los psiquiatras lo llaman "test de Roschach". Pero aun hay más "ruido" en esta interpretación: lo añaden quienes de buena voluntad o de forma interesada (como tantas veces se hizo en el mundo medieval falsificando escritos e incluso actas de concilios), se arman de báculo y ejercen de pontífices interpretando para nosotros las ideas que hemos de recibir, lo que nos conviene. También interviene la lectura sesgada de símbolos ambivalentes. El centauro puede ser mostrado como símbolo de la lujuria y de las bajas pasiones, o si asaetea con sus flechas a otro monstruo pasa por ser equivalente de Cristo en cuanto a su doble naturaleza y azote del mal. Según convenga.

Hay mensaje, y lo seguimos recibiendo. Esa es la buena noticia. La mala es que no hay una clave absoluta para descifrarlo. Y podemos recibir el mensaje (cantos de sirena) no de quienes más preparados se hallan sino de quienes más eleven el tono en esta sinfonía simbólica en la que además, como apunta Bango Torviso, existen "falsos mensajes" o dicho de otra forma, elementos vegetales y decorativos que tratan de interpretarse y cuyo único fin sería su belleza, su estética y su ritmo. A mayor gloria de Dios.



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